del viejo castillo,
deleito mis ojos
viendo pajarillos.
Secanos, almendros,
montes de pinares,
¡y el verde azulado
de los olivares!
Y pienso en tormentas,
inviernos y fríos,
de los olivares!
Y pienso en tormentas,
inviernos y fríos,
mirando sus troncos
negros, retorcidos.
Los cientos de años
que llevan erguidos,
viviendo en silencio,
ajenos, callados.
Forjando en su fruto
el néctar dorado,
que palia el hambre
a miles de humanos.
¡Regreso tranquilo!
sereno, callado,
mirando olivos
de tronco arrugado.
Cuadrillas de rostros
por fríos forjados,
varean tus ramas
olivo sagrado.
Antonio Villegas Martín
ajenos, callados.
Forjando en su fruto
el néctar dorado,
que palia el hambre
a miles de humanos.
¡Regreso tranquilo!
sereno, callado,
mirando olivos
de tronco arrugado.
Cuadrillas de rostros
por fríos forjados,
varean tus ramas
olivo sagrado.
Antonio Villegas Martín
Me gusta tu poesía, está viva y es bella y emotiva tanto cuando habla del paisaje, de los afectos, de las alegrías y las tristezas.
ResponderEliminarEs un placer pasar por tu blog, Antonio.
Un cordial saludo
Hermoso poema, preciosas rimas, bellas imágenes, Un placer leerte Antonio!
ResponderEliminarTomás Ángel Piñataro
ResponderEliminarPrecioso poema dedicado al magestuoso olivo con un centenar de años, y su tronco retorcido, se nota que somos amantes de los excelsos olivos.