Introducción:
En la provincia de Huesca,(España)
en el término municipal de Tamarite de Litera, al pie de un antiguo castillo de origen árabe, hoy
prácticamente derruido, se encuentra una formación rocosa prominente que en las
noches de luna, mientras esta se eleva en el cielo, cuando es observada desde
el camino de acceso al citado castillo, la formación rocosa, reproduce la
silueta con tonos plateados y semblante sereno de la cara de un
joven tumbado mirando al firmamento, sin
duda una bella y romántica vista que vale la pena contemplar. Sin embargo este lugar es llamado también la Roca de los
Cuervos, según los lugareños, por las
historias trasmitidas de padres a hijos; en la antigüedad en este lugar se
enjaulaban y empalaban los cuerpos de
los reos, condenados por el sultán del castillo, para que fueran picoteados y
devorados por los cuervos y otros carroñeros, cuentan que era tal la cantidad de estos animales que se
posaban en la roca que prácticamente la teñían de color negro, de ahí el nombre
que hoy le dan, ( La Roca de los Cuervos )
Este es el cantar que se dice sobre
este lugar.
LA ROCA DE LOS CUERVOS
Leyenda
Cuenta una antigua leyenda, procedente de un cantar que trovadores y
juglares entonaban en las plazas de muchos pueblos haya por la antigüedad, que entre
los pueblos de Tamarite, Albelda, Alcampel y Altorricón, tierras donde en las
noches aullaban los lobos, y en sus cielos azules aún se divisa el halcón,
llanos de grano y olivos, donde el sol curte hombres de bravura y de tesón,
vivió un apuesto mancebo de nombre llamado Atón, sepan bien por esta historia lo que de
él y su amada en el tiempo trascendió.
Era en los tiempos del moro, tiempos de guerra y tensión, donde se quemaba
en la hoguera al hereje y se amputaban las manos en la picota al ladrón. Hijo dicen
de una bruja que remediaba el dolor, con brebajes y ungüentos de su propia
creación, y de un marinero cristiano que en tierra se adentró, comerciando con el
nácar y las sedas, traídas desde otros puertos de los mares que surcó.
Aquel joven, tenía melena azabache y
prominente el mentón, ojos pintados de cielo y piel de melocotón, cuentan los
que lo vivieron que era tan guapo el gachón, que hasta de su linda silueta la
luna se enamoró.
Ella era Murat Alqamar (Espejo de la
luna) nadie entre los hombres a excepción de su padre, su rostro jamás pudo ver,
ya que era musulmana, solo en las noches de luna llena, desde la plazoleta de
las altas almenas del castillo “que aún se pueden ver” donde la niña paseaba al
amparo de la luna, cuentan del viento que en su pasar, lamia y mecía sus melodías
por los senderos de aquel lugar. Dicen de aquellos que la sintieron, que era tal
la belleza de su trinar, que todo el que lo escuchaba quedaba preso, enamorado de aquel cantar.
Murat Alqamar (Espejo de la Luna) Era
la hija predilecta de aquel moro, sultán del castillo y Señor de las tierras
donde Atón, aquel también apuesto joven nació; el sultán era famoso y temido
por su crueldad, ya que el padre de aquella joven nunca mostraba clemencia, compasión
o piedad, por ninguno de sus enemigos ni por los súbditos que incumplían sus
normas. Mas de cien cabezas había mandado cortar, y otros tantos infieles también
mando descuartizar, amarados entre caballos después de ser azotados sin piedad.
Murat Alqamar (Espejo de la Luna) cumplía aquel día dieciséis primaveras,
su padre le regalo un hermoso corcel y le permitió salir con él, custodiada por
sus sirvientas, pues todas eran mujeres, a cabalgar por las orillas del rio que
transcurría por las tierras de su padre, hicieron una parada para que los
caballos pudiesen abrevar, y sin querer su mirada se cautivó, cuándo a lomos de
otro corcel vio a aquel guapo galán.
Nunca se supo si fue el Dios Cristiano
o la voluntad de Alá, pero entre mora y cristiano la pasión quiso anidar.
Cantaban los trovadores en los pueblos del lugar que ha escondidas de su padre la
niña salía a cabalgar, por las orillas del arroyo entre sombras de retamas y
las flores del jaral, con el hijo de la bruja la niña todas las tardes se va a
encontrar. Solo risas y alegría presiden su realidad, nada temen de cristianos
ni de voluntad de Alá. Ella trovaba canciones para a su amor alagar, él cortes
y galante a ella la está enseñando a danzar.
Mas cuando vuelve al castillo, descubre la gran verdad los espías de su
padre de todo al corriente están, han informado al sultán de sus encuentros con
el zagal. El padre montado en cólera no quiere a nadie escuchar, solo piensa que
su hija en manos de un infiel está. A ella la llevan presa y a él lo van a
buscar.
En la torre del castillo Murat Alqamar no dejaba de llorar, cautiva está
por órdenes de su padre, víctima de su crueldad, cuatro muyahidines la
custodian por si ella quiere escapar, si lo intenta, tienen órdenes del moro de
que sea degollada.
Al chico, sin más preámbulos el
padre manda empalar, por haber tocado a su hija sin ninguna impunidad, en la Roca
de los Cuervos, un peñasco que da, frente a la torre donde a ella su padre la
tiene encerrada, le han ensartado las manos en estacas de nogal, revolotean los
cuervos que siempre en la roca están, esperando la carroña con que los suelen
cebar. El moro haciendo alarde de su famosa crueldad, mando quitarle los ojos
al inocente zagal, por haber mirado a su hija, y que sirviera de cebo para el
cuervo y el chacal.
La niña era obligada a asomarse al ventanal desde donde podían oírse los
gritos que daba el desdichado chaval.
Diez días se oyeron gritos de dolor
y atrocidad, los que tardaron cuervos y zorros en dejar solo los huesos de
aquel apuesto galán. La joven víctima de la crueldad, invadida de tristeza no
se quiso alimentar, una noche se durmió y no despertó jamás.
La soberbia de aquel moro era tal, que queriendo dar ejemplo, mando que
esparcieran los huesos de aquellos seres impuros, en el camino que va, de
encrucijada entre pueblos de este antiguo lugar, y todo aquel que pasaba los
tenía que pisar, dando así por terminado este suceso sin más.
Cuentan de los que allí estuvieron, porque así dice el cantar, que eran
tres meses pasados cuando regreso al lugar la bruja madre del chico,
preguntando por él va, las buenas gentes le cuentan lo que acaeció allá... Tan
amargas fueron las lágrimas que su corazón fue a dar, que allá donde las vertía
nada brotaba jamás. Mas cuando aquella mujer logro su llanto calmar, la bruja que
había en ella lanzo un conjuro para el moro, ¡este que ahora oirán!
Hombre de corazón frio lleno de odio y maldad, tú que confundes codicia con
los designios de Alá, tú que siembras la tristeza por donde quieras que vas, tú
que has vertido la sangre de inocentes sin más. Yo te conjuro a que sufras el
castigo universal, llamo a la lluvia y al viento, llamo a la tierra y el mar,
llamo al rayo llamo al trueno que me vengan a ayudar, todas las fuerzas del cielo
unidas a mi contra tú mal.
Cuentan los que allí estuvieron porque en la tierra escrito está, que una
nube de sombras se cernió sobre el lugar, el sol apago su brillo, la luna
ocultada está, ojos de bestias y alimañas en las sombras se ven brillar, el
arroyo manaba sangre y el bosque aprendió a ulular, gentes humildes buscaban
cobijo donde ocultar.
Diez días trascurrieron en sombras como la agonía de aquel chaval, solo se
escuchaban gritos que suplicaban piedad. Dicen que los mismos muertos que
yacían en el fosal abandonaban las tumbas por miedo a la atrocidad.
Transcurridos los diez días volvió la luz a brillar, sombras espectros y muerte
dejaron aquel lugar.
El castillo estaba en ruinas, los cuervos muertos están, nada conservo la
vida en aquel maldito lugar. Nada perduro en el tiempo de toda aquella
crueldad.
Solo en las noches muy claras, de paz
y serenidad, mientras se eleva la luna, la roca vuelve a brillar mostrando una
silueta, ¿Es la cara de aquel joven! entre retama y jaral, mirando hacia las
almenas donde su amor cantándole esta. Si te paras en silencio ¡tú también lo
escucharas!, el viento silva al pasar la balada de una niña, que a su amor
cantando esta.
Antonio Villegas Martín 10/08/14