El cante: Un poema de Aleix Diz Ardid
A Antonio Villegas y Paquita Regalón
Cuatro notas y dos acordes
consiguen silencio.
Una cascada armónica
de notas, entre acordes,
hinchen el aire.
― ¡Vamos Tomás!
Y va por soleares…
El ritmo va creando expectación.
Tras un silencio,
se arranca el quejío.
Por más que se alarga
la atención de la sala
es toda suya.
La guitarra lo viste de
puntillas y faralaes
¡Para que no siga desnudo!
Se van trenzando, con ritmo,
cante y guitarra
y se escuchan dos olés
que de puro huérfanos
se esconden tras un silencio
reverente.
El tiempo está congelado
y la eternidad
se ha abierto en canal
a vista de todos.
Se ha abierto una puerta
a un misterio insondable.
Nadie es dueño
de lo que entra o sale.
El cantaor el maestro
son sólo los oficiantes
y los palmeros el coro.
Suenan
los últimos acordes
que en un crescendo
de ritmo y volumen
resuelven el encuentro.
Un techo de aplausos,
cae arrastra algunas lágrimas,
las de los tocados esta vez.
Al fondo se levanta
consternado un guiri.
Ahora no sabe dónde está,
no acaba de entender.
Había venido por turismo
y no contaba con encontrar
lo que aquí ha encontrado.
Sólo sabe que ha resbalado
por la superficie de algo grande,
de algo profundo,
arcano para él…
Su mujer parece querer retenerlo.
Pero él se acerca,
entre dudoso y decidido
a preguntarle al cantaor.
Y, en un mal español,
acaba balbuceando:
― ¿Qué le pasaba
al hombre del canción?
Aleix Diz Ardid
Gracias Aleix por dedicarme este precioso poema.
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