En las provincias de Granada y Almería concretamente entre la zona de Sierra Nevada y Sierra de Gádor se encuentra las Alpujarras, un conjunto de pequeños pueblos agazapados en las laderas de esas sierras y que durante mucho tiempo han permanecido prácticamente aislados del resto de poblaciones debido a su orografía de muy difícil acceso.
En su mayoría estos pequeños pueblos son de origen muy antiguo pues se conocen asentamientos neolíticos, iberos y romanos, aunque fueron ocupados por los moriscos durante la permanencia de los musulmanes en España. Son como ya he comentado pueblos muy pequeños que han ido adaptando sus costumbres y tradiciones al devenir de los tiempos y al mandato de las diferentes religiones de sus moradores.
Tras la reconquista de Granada por los reyes católicos y el posterior éxodo de muchos de sus habitantes, incluida la cúpula del reino nazarí.
Cuentan que “Boabdil el chico y todo su sequito” se instalaron en estos pueblos, aunque tuvieron que adaptar su modo de vida y sus costumbres convirtiéndose al catolicismo, en la mayoría de los casos, posteriormente y tras años de conflictos entre religiones estos musulmanes fueron expulsados incluso vendidos como esclavos, otros muchos comenzaron un éxodo forzado hacia África que dejó a la mayoría de estos pequeños pueblos prácticamente sin habitantes. Posteriormente y por mandato de la iglesia y la corona española, estos pueblos fueron repoblados con habitantes de diferentes zonas de España,
Todo esto determino de una manera muy especial la forma de vida, tradiciones y costumbres de esta comarca, dando lugar a una serie de rituales y leyendas que antes se contaban de padres a hijos al amparo de calor del fuego durante las frías y largas noches de invierno, y que aun hoy siguen teniendo su eco en la practica de muchas fiestas que se llevan a término en la mayoría de estos lugares.
Una de estas historias o leyendas es la de las Ánimas Venditas.
Se cuenta que las ánimas venditas, son los espíritus de toda la gente que ha muerto y que por diferentes motivos se encuentran perdidos, no han podido pasar al paraíso por tener alguna causa de arrepentimiento pendiente, se encuentran medrando en el purgatorio purgando y haciendo penitencia para redimir su culpa y ganar así el Cielo.
En todos estos pueblos, en su periferia se encuentra una serie de pequeñas ermitas dedicadas al culto de estas almas, suelen ser lugares pequeños con una pequeña puerta provista de un postigo con reja, por donde se puede ver el interior, siempre hay la imagen de algún santo y donde día y noche permanece encendida la luz de una pequeña palmatoria alimentada por aceite, con el fin de marcar el rumbo de estas almas en pena para que puedan ver la luz. Suelen haber una o dos ermitas de estas, alrededor de cada pueblo.
Son lugares misteriosos que irradia una gran tranquilidad y donde siempre hay un silencio y un ambiente sepulcral, todos los lugareños cuando pasan delante de estas ermitas oran y dejan alguna moneda para contribuir a la compra del aceite que mantiene encendida la luz. Cuando visitas alguna de estas ermitas, o hablas con las gentes de estas zonas, es muy evidente el sentimiento de respeto y cierto temor que estos lugares dejan en todos, incluso en las generaciones actuales, muchas de estas personas adultos y jóvenes afirman haber visto a las Animas y son muchas las historias y relatos que en torno a este fenómeno se cuentan en los pueblos.
En todos los pueblos hay también el Monte del Calvario que suele estar representado por tres cruces de piedra y suelen estar en alguna loma de la periferia de los pueblos y según cuentan todas las leyendas destino de todas las procesiones que cada noche hacen las almas en pena para redimir sus pecados.
Leyenda de las Ánimas y el panadero.
Cuando yo era un chaval de unos ocho años más o menos, mi abuelo Juan me conto esta historia una tarde fría de invierno al calor de la lumbre del rincón.
(Hacíamos bromas sobre las Ánimas) ¡Y él muy serio me dijo!
¡Nunca te rías de las Ánimas! Pues yo las he visto.
Salen todas las noches cuando dan las doce, van en procesión desde su ermita junto al cementerio hasta el monte del calvario, para rezar por su almas ante la cruz donde Jesús murió, suelen ir en fila y no se puede saber exactamente cuantas son, llevan túnicas negras hasta los pies con capucha que no permite que se les pueda ver la cara, son espíritus de gente del pueblo cumpliendo su penitencia y no quieren que nadie las reconozca, cada una de ellas lleva una antorcha que encendieron en la llama de la ermita de donde salen y que ilumina su camino para poder volver, si perdieran esta luz vagarían eternamente en el purgatorio.
Si alguna vez las veis nunca debéis de mirarlas, ni interrumpir su paso, solo inclinar vuestras cabezas y dejarlas pasar, son almas en pena que buscan su liberación y solo necesitan el respeto de los demás.
Cuentan de mucho tiempo atrás, que una de esas noches de ventisca, un honrado panadero del pueblo estaba preparando el horno por la noche para hacer el pan del día siguiente, era tan fuerte la ventisca que hasta dentro del mismo obrador tenía problemas para encender el horno, hasta el punto de que se llegó a quedar sin yesca, eran ya las doce de la noche y el pobre panadero no sabía qué hacer, si no podía encender el horno todo el pueblo estaría sin pan el día siguiente, solo se le ocurrió salir a la puerta para ver si encontraba alguien que le pudiera ayudar, la ventisca era tan fuerte que prácticamente no podía ver más de un metro de distancia, tan solo se intuía una hilera de luces que transitaban por la calle, ¡era la procesión de la Ánimas venditas! Una silueta encapuchada se le acercó y le dijo toma mi antorcha y con ella podrás encender, solo te pido que respetes estas tres cosas que te digo,(no apagues la antorcha, antes del alba me la tienes que devolver, y mañana tendrás que dejar un donativo en la ermita de las animas) El buen panadero asistió con la cabeza diciendo que sí a aquella silueta que le estaba salvando la noche, el encapuchado le volvió a recordar las condiciones recuerda es muy importante que cumplas lo que te he pedido.
El panadero se puso rápidamente a la faena, encendido el horno y como llevaba tanto retraso se puso a trabajar con tanto afán, que perdió la noción de las horas y se olvidó de compromiso que tenía con aquel encapuchado, quedándose dormido del cansancio.
A la mañana siguiente se despertó con los golpes en la puerta de los vecinos que le pedían el pan, entonces pudo ver un hueso de fémur que yacía en el suelo del obrador, algo asustado por la visión de aquel hueso, se acordó de lo que le había prometido al encapuchado la noche anterior y se sintió apesadumbrado, pero reclamado por los vecinos guardo aquel hueso en un arcón y empezó a servir el pan olvidándose de lo ocurrido.
Cuando había terminado la faena quiso salir para llegar hasta su casa y descansar antes de comenzar de nuevo otro día de faena, se acordó de que tenía que dejar una limosna en la ermita pero como andaba tan cansado se dijo ¡mañana ya lo haré! en el portal de su casa vio la silueta de aquel encapuchado que le estaba esperando, cuando se acercó a el no pudo ver nada solo una túnica rígida en pie que parecía congelada quiso cogerla, pero la silueta se desvaneció. Sin más, se fue a descansar pues no le quedaban fuerzas para más.
Por la noche siguiente cuando estaba trabajando en su obrador, tres fuertes golpes sonaron en la puerta a eso de las doce de la noche, al abrir la puerta el panadero vio la silueta del encapuchado que le decía no has cumplido lo prometido y yo estaré siempre perdido en el purgatorio sufriendo toda la eternidad, cuando el panadero miró bajo la túnica aterrorizado vio su propio rostro consumido, desencajado como alma que en pena vaga por la eternidad.
El alma en pena recogió el fémur que hacia de antorcha desapareciendo en la bruma de la misma forma que había surgido de ella.
En cuanto al panadero, cuentan de él que todos y cada uno de los días de su vida, fue llevando una limosna a la ermita de las animas y que en su obrador siempre ardió una antorcha, durante todas las noches a pesar del frio y de la ventisca hasta que aquel hombre murió.
Hoy ya no existe aquel viejo obrador, fue derruido hace muchos años en su lugar hay una taberna con una farola que ilumina la entrada. Más en las noches de ventisca, al filo de la medianoche, cuando dicen que las animas salen para rezar, el viento arremolina la niebla en la vieja calle del horno junto a la farola, todos los que aquí viven afirman haber visto la silueta de un encapuchado inmóvil, mientras una procesión de antorchas lo saludan haciendo una reverencia al pasar.
Esta historia me la conto mi abuelo hace mucho tiempo, yo por esas cosas del destino ya no vivo allí, todas las veces que he vuelto a mi pueblo la he recordado, y he mirado la niebla arremolinándose en la calle del viejo horno, al filo de la madia noche y aunque nunca he visto la silueta de aquel hombre en ella, más que pesar que esta historia no sea real, prefiero creer que aquella alma en pena ha conseguido liberarse de su cadena y ahora mora en algún sitio en paz. Pues lo que, si he visto, son luces paseando en las noches por las calles de mi pueblo ¡no sé muy bien si eran antorchas de las animas! o las lágrimas de mis ojos desbordados de emoción al recordar.
Antonio Villegas Martín
25/04/20